Se admiten señales también
Cuando era una cría solía dejarme mensajes escritos en los libros de texto para que la siguiente vez que los tuviera en las manos y abriera esa página mi "yo" del futuro sacara una sonrisa. No era nada elaborado. Profesaba mi amor por personajes fantásticos que jamás conocería o escribía mi nombre en perfecta cursiva durante páginas y páginas de literatura o sintaxis. Si se avecinaba un examen, en la página más terrible del tema escribía palabras de ánimo o, si el día se tornaba aburrido, hacía dibujos absurdos en los márgenes que solo yo sabría entender.
Nunca pensé que mi "yo" del futuro llegara más de diez años después y que los mensajes tuvieran casi tanto sentido como entonces. Quizá más. Y eché de menos a esa persona que me escribía. Sus ideas, sus ganas. Nunca me quise mucho de adolescente, pero sentí un profundo afecto por esa sabelotodo insufrible de dudoso gusto estilísto. Ojalá escribirte mil cartas, darte las gracias. Decirte lo genial que podías llegar a ser. Pensé en escribirme otra vez. Pero ¿qué me diría? Tengo poco que añadir a lo que dijo esa chica de 18. Más bien me vendría bien algún consejo. ¿Y si el sistema funcionara al revés?
Me imagino abriendo cualquier día un libro al azar (siendo honestos, seguramente sea Harry Potter) y encontrando en letra rápida y redonda tres o cuatro líneas desde el futuro. No necesito grandes spoilers. Un par de directrices, un empujón en la dirección correcta tal vez.
Querido yo del futuro: escríbete algo, anda. Esta vez, te daría yo las gracias.