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Cuentos de la lechera

Tras la puerta todo está oscuro y tu voz resuena entre las paredes haciendo que el pasillo adquiera nuevos grados de profundidad. De hecho, todo parece adquirir dimensiones monstruosas mientras arrastras los pies por el suelo, lastrada por el cansancio y el.. ¿qué? ¿desencanto quizás? Se ha acabado. Deberías estar contenta. Deberías estar sonriendo de oreja a oreja y deseando menearte cerca de la barra de un bar. Pero eres jodidamente rara. Tus emociones siempre son de parque de atracciones. Moviéndose a máxima velocidad, subiendo y cayendo como vagones de una montaña rusa. 

Llevas como diez minutos en tierra y ya empiezas a aburrirte. Buscas a tu alrededor algo a lo que subirte. Algo tranquilito. Quizá una barca de las que dan vueltas por un bosque artificial. Te tumbas y cierras los ojos. Negándote a dejarte arrastrar por esa vieja sensación que ya conoces. Suspiras. Te está empezando a ganar la batalla y lo empiezas a sentir. Flaqueas. 

Y luego, descuelgas el teléfono y una de tus voces favoritas entona una cancioncilla sobre una libertad que no has estado saboreando. Sonríes triste, al fin y a cabo casi habías perdido la partida, pero decides agarrarte a ella como a un flotador. Es como un polígrafo, se sabe todas tus expresiones así que no oses mentirle. Descubres que todo este tiempo te ha estado sosteniendo cuando ella no estaba bien. Es entonces cuando perdonas al Universo muchas de vuestras viejas rencillas por permitirte conocerla. 

Llevabas meses sin pensar en el futuro pero ahora hacéis planes, simples, sencillos. ¿Una peli? ¿Ver el partido? ¿Dormir la siesta? En otros os dejáis llevar por la imaginación. Soñáis despiertas, seguramente no hagáis ni la mitad.

Pero, ¿sabes qué? Los mejores cuentos, los de la lechera.

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