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instaladoenungerundio

Se admiten señales también

Cuando era una cría solía dejarme mensajes escritos en los libros de texto para que la siguiente vez que los tuviera en las manos y abriera esa página mi "yo" del futuro sacara una sonrisa. No era nada elaborado. Profesaba mi amor por personajes fantásticos que jamás conocería o escribía mi nombre en perfecta cursiva durante páginas y páginas de literatura o sintaxis. Si se avecinaba un examen, en la página más terrible del tema escribía palabras de ánimo o, si el día se tornaba aburrido, hacía dibujos absurdos en los márgenes que solo yo sabría entender. 

Nunca pensé que mi "yo" del futuro llegara más de diez años después y que los mensajes tuvieran casi tanto sentido como entonces. Quizá más. Y eché de menos a esa persona que me escribía. Sus ideas, sus ganas. Nunca me quise mucho de adolescente, pero sentí un profundo afecto por esa sabelotodo insufrible de dudoso gusto estilísto. Ojalá escribirte mil cartas, darte las gracias. Decirte lo genial que podías llegar a ser. Pensé en escribirme otra vez. Pero ¿qué me diría? Tengo poco que añadir a lo que dijo esa chica de 18. Más bien me vendría bien algún consejo. ¿Y si el sistema funcionara al revés?

Me imagino abriendo cualquier día un libro al azar (siendo honestos, seguramente sea Harry Potter) y encontrando en letra rápida y redonda tres o cuatro líneas desde el futuro. No necesito grandes spoilers. Un par de directrices, un empujón en la dirección correcta tal vez.

Querido yo del futuro: escríbete algo, anda. Esta vez, te daría yo las gracias. 

Alegoría

De los niños hiperbólicos los dos fuimos especímenes excelentes. Yo, que leía cuentos sin saber las letras y teorizaba sobre la extinción de los dinosaurios y la existencia de Dios; tú, que recitabas las capitales del mundo y los huesos del cuerpo antes de alcanzar la primaria. Un par de niños repelentes, un perfecto clic cósmico. 

Creo que lo supe incluso entonces. Quizá por eso formas parte de uno de mis primeros recuerdos: los dos encajados en una barquita de metal, cantando una canción absurda. Apuesto lo que quieras a que ya afinabas todas las notas. ¿Nos mecía alguien? A mí me gusta pensar que no, que nos bastábamos solos, como niños salvajes, como piratas.

Recuerdo que atardecía porque cuando la barca se impulsaba con fuerza mirábamos hacia ese cielo de verano, las nubes, la luz. Lo sé porque el resto del tiempo te miraba a ti, a ti y a esos ojos negros como el espacio. Cómo te reías. Cómo me hacías reír. Nos convertiste en ejemplares comunes de aves exóticas. Niños oximorónicos.

¿Cuánto tiempo tardamos en volver a vernos? Era complicado entender que no éramos amigos cuando te tenía siempre de fondo, como ruido blanco. En realidad, para cuando volvimos a serlo todo era complicado de entender. ¿Cómo rodearme siempre de letras y quedarme sin palabras justo cuando te veía? Adolescente paradójica. ¿Cómo explicar el aumento de la frecuencia cardiaca cuando me mirabas -BUM, BUM-, me enseñabas tu música -BUM, BUM, BUM- o... me tocabas -un largo BIP? Adolescente onomatopéyica. 

Era un completo desastre, lo sé. Pura epopeya trágica. Lo supe en el momento en que te pedí que te quedaras y me miraste sin mirar. Lo entendí cuando me convertiste en los puntos suspensivos de tu paréntesis mientras buscabas a otras en los veranos que siguieron. Caló hondo cuando, de todos los lugares del mundo, me ignoraste en Italia. ¡En Pisa! Maldito adolescente elíptico. 

¿Cuánto llevamos ya en esta elipsis? Romperla ahora sería antipoético. Nunca te lo dije pero hace unos años vi nuestro viejo columpio abandonado en el bosque. Dejado a la suerte de la lluvia, del viento y los animales. Del tiempo. Como nosotros,-pensé. Toda una adulta metafórica. 

Croupiers

Si la serendipia nos vuelve a juntar
Prometo ser lo que deseas
Un huracán, una sirena
La voz que calma hasta a las bestias

Si el destino tiene un poco de piedad
Y se entremezclan las ideas
El corazón, cervezas, letras...
Con la ilusión de intimidad

Si todo lo dejamos al azar
Una ruleta de anhelos, guerras
Miradas de fuego o huecas
Vernos, solo, de casualidad

Encontrarnos sería
Un cruce de caminos
Sin señales, fortuito
Big Bang de probabilidad

Seguramente me fuera
Tras una sonrisa, qué tal estás
Probablemente, tal vez, quizás...

Nunca me gustó apostar

Disfraces

En el juego

del gato y el ratón

¿quién eres tú?

y ¿quién soy yo?

 

Si somos orejas,

bigotes, nariz y colas...

¿No seremos el mismo ser?

¿No nos confundimos de papel?

 

Eso pensaba pero,

en la última jugada,

se te vieron las garras...

Y ¿del ratón? 

Miau.

Ojalá caracolas

A mamá le gustaba guardar las conchas de la playa. Era un capricho, como visitar el mar cada año. Siempre se quejaba de que su piel era demasiado blanca, de que odiaba ponerse el bañador y detestaba barrer la arena de la casa pero, aún así, cada verano hacía las maletas y conducía varias horas hasta la costa.

Mamá no hacía gran cosa en el mar, pero disfrutaba en la orilla. Sus largas piernas recorrían la arena arriba y abajo, hasta el faro y de vuelta, mientras yo trotaba con pasitos cortos a su lado. Iba siempre con el cigarrillo en la mano, (fumaba con el estilo de quién ha fumado toda la vida); las gafas de sol escondiendo sus vivos ojos verdes, y su gran mata de pelo corto batiéndose con la suave brisa.

Miraba al suelo más que al paisaje. Por las conchas. Las recolectaba como miguitas de pan y las guardaba en el cajetín de tabaco.  Siempre decía que cuando volviéramos a casa las cubriríamos con una capa de barniz y las colocaríamos en el salón, como un trocito de la playa en el interior, pero nunca lo hicimos. Nuestros pequeños tesoros acababan olvidados en el fondo de la bolsa hasta el año siguiente, cuando las cambiábamos por nuevos, o incluso en la basura. Y vuelta a empezar.

Hace tiempo que mamá dejó de recolectar conchas, de ir siquiera a la playa. Hace tiempo que mamá dejó de ser mamá. Es curioso que de ella sólo quede el envoltorio, la carcasa vacía. Qué irónico convertirse en aquello que tanto le gustó.

A veces la abrazo esperando sentir tan solo el eco de lo que fue, pero tampoco las conchas te permiten oír las olas del mar cuando te has ido. Eso, dicen, son las caracolas, y mamá jamás encontró una.







Punto de no retorno

Sientes,
los ojos cerrados
sonrisa perenne,
el sol en la dermis.

Calor,
en la cara,
en el pelo,
dentro de ti.

Recuerdas
los días previos,
sin calma,
sin sueño.

El dolor de corazón.

Y sabes
lo que no deseas
más
que lo quieres.

Valoras
lo real
más
que lo irreal

Buscas
la razón
más
que la emoción.

Contemplas
el camino recorrido,
la puerta cerrada,
el candado echado.

Sientes, recuerdas, sabes...
que no hay que mirar atrás.
Y emprendes  nuevos senderos,
Mientras tiras la llave al mar.

Ahora

Ibas siempre con el corazón en la boca,
enunciando frases intensas
de amor y odio
esperanza y amargura.

Esperando con cada respuesta
una potencial caricia,
a riesgo de un disparo certero
en un blanco en movimiento.

Y, sin embargo...

Fueron las ausencias,
lo nunca dicho, sentido o hecho,
las que dieron el golpe fatal
dejando un vacío de latidos.

El Silencio. La Nada. 

Y fue la Realidad, neutral e impasible,
la que descargó toda su energía.
Infinidad de watios concentrados
solo en despertarte.

Una fuerza tal,
que devolvió el ritmo constante,
retumbando varios centímetros más abajo,
ahora protegido entre dos costillas.

Respiró hondo y, con cada bombeo,
se sintió más fuerte,
más cuerda,
más feliz...


Más viva que nunca.

¿Adiós?

Ojalá retorcer las letras

como alambres

Con espinas

Vengativas

Dolorosas 


Y que leas 

El rancio olor

del corazón podrido

Perdido

Consumido


Pasto de una llama 

Vieja

Impermeable

Que quema los párpados

Por eso escribo


Frases que son bálsamo

Para la infame herida

Abierta

Rasgada

En carne viva

 
Hasta que no quede carne 

Hasta roer los huesos

Para ti

No sé en que momento me enamoré de las madrugadas. De verme reflejada en infinitos remites de correo. 

Una lista desplegable de "mis". Un bello egocentrismo digital. 

Debo reconocer que no me digo gran cosa. Aunque de vez en cuando me escribo un  piropo que sonrojaríe a mi yo del mañana. 

Y me leo, y me releo, los te quieros susurrados a las teclas que escondo entre las letras. 

Para mí.

Solo para mí. 

Diario de bitácora

Lo confieso. Me gusta leer tu diario.

Disfruto pasando las páginas y contando el número de veces que aparece mi nombre en él. Repaso con los ojos una y otra vez el contorno de las letras que lo forman, como si cada lectura fuera un te quiero que resuena en la cabeza. 

Salgo del bucle y me detengo en ese viaje a Irlanda que nos hizo surcar juntos los aires. Primera y última vez. Yo también recuerdo la valla, la casa junto al lago, el columpio donde me sentaba a leer. Me recuerdo a mí, a ti, a nosotros y, sobre todo, a ella. Últimamente todo parece orbitar a su alrededor. 

Creo que es la sensación de finalidad. Cada día es un adiós diferente que ni siquiera sabemos que decimos. Y ese fue el primero.

Quizá si ese viaje no destilara tanta esperanza la punzada sería menor. Quizá si el futuro no se dibujara tan negro pensaríamos en nuevos viajes. 

Me gustaría que en el diario escribieras sobre aquella vez que fuimos a París. De las vistas desde lo alto de la torre Eiffel, de los cafés cucos y caros, de lo absurdo de los franceses y del piso con encanto donde nos alojábamos. De cuando nos perdimos en el metro y salímos en una plaza que todavía nos gustó más que el plan original. De la foto de los cuatro que todavía cuelga en el salón. 

Ojalá hubiera ficción en ese cuaderno. 

Ojalá ella hubiera tenido uno.

You want it darker

Soñé con ser musa

de las que inspiran poemas solubles,

asonantes,

y novelas de aeropuerto.

 

Soñé con que me soñaran,

imperfecta,

cada noche 

de una vida.

 

Duermevelas 

que sorprendían 

los amaneceres 

por ti (a veces).

 

Y mientras,

tus páginas tan blancas,

níveas, (siempre)

como el primer día 

 

Qué ansia

de mancharte todo.

Un borrón negro

de pupilas.

 

No lo entenderías.

 

No quedan Cohens

en la oficina.

Tendré que componer

(me), yo

 

Si tan solo supiera tocar la guitarra.

 

 

Voz pasiva (-agresiva)

Todo es cuestión de enfoque, de perspectiva. Un día ves la vie en rose, -o por lo menos en un color rosáceo, no nos pongamos demasiado exquisitos tampoco- y al día siguiente BADAMUM PLIS PLAS, terremoto cósmico y al agujero. 

Soy una gran admiradora de los agujeros. Molan porque son profundos, calentitos y no te juzgan cuando llegas arrastrándote hasta ellos. Te dan palmaditas en la espalda, ea ea ea, dulce gatito. Por eso a veces da gustillo rebozarse en la mierda, porque es cómoda y cariñosa, como un albornoz o una buena batamanta.

Al agujero no le importa que ahora mismo tus aspiraciones sean retales que coses un día para el siguiente deshacer todas las puntadas, ni te preguntan esa basura de "¿y ahora qué haces con tu vida?". A ellos les importa el presente, solo te inquieren educadamente: "¿Cómo te sientes hoy?", y si es un agujero majo incluso puede que le añada la coletilla "preciosa" para terminar de alegrarte la mañana. 

Otra cosa alucinante que tienen es que soportan con una admirable entereza tu ira. No estoy hablando de pequeños morros de pato a través de los cuales retienes la emoción. No. Estoy hablando de pura, descontrolada y deliciosa furia. Eh, y ni una mala cara al día siguiente, cojonudo. 

Hay diferentes modelos de agujero a elegir, los puedes decorar al gusto, como las ensaladas. ¿Que eres fan de los perros con bigote? Pon tres para que queden bien cucos. ¿Prefieres forrarlo con los caramelos del Candy Crush?, Sweet. A ellos tampoco les importa mucho si tu pelo está hecho un asco o sigues despierta a las cuatro de la mañana, son comprensivos y modernos. Nada del absurdo coaching de hoy en día empeñado en ser más competitivos, más productivos, más creativos, más... qué más da: Hakuna Matata. 

El agujero no critica, no juzga, solo está ahí para ti. Se limita a observarte, a dejarte ser. Menuda sensación no tener que actuar de acuerdo con las expectativas de los demás, poder guardar un día la careta y respirar, aunque nunca hayas conseguido hinchar el diafragma. Tampoco lleva la cuenta de tus fallos ni ve urgencia en que emprendas una acción, cualquiera que sea. Puedes mirar toda la tarde al vacío y sentirte realizado.

Un jodido agujero es un bendito egoabrazo. 

Así que no, no espero salir en un tiempo próximo. Voy a quedarme a lamerme las heridas hasta que no me duela cuando quiera cantar el último éxito del momento, hasta que no quede ni una pizca de odio o resentimiento dentro, hasta que por fin pueda separar los brazos, poner un poco de distancia y mirar directamente a un otro a los ojos. 

Despegando

MH

El problema es que deseas que la vida sea como una evaluación constante. Con boletín de notas y todo. Te cuesta tanto vivir sin un libro de texto, un manual que tenga todas las respuestas....  

No vives realmente.

¿No eres la mejor esta vez? ¿No sacaste todas las matrículas? ¿Acaso lo que escribes no alcanza la calidad de un Premio Nobel?

Pues llora. Adelante. Llora. 

Pero eso no cambiará el día a día, ni hará que alguien venga a darte un abrazo, o peor, a decirte que lo que haces está bien. Sientes el vacío reptar por tu piel mientras una vieja sensación se abre paso poco a poco hacia tu mente. Lo comprendes. Eres mediocre, nada especial, y la palabra retumba en tus retinas. Solo una más entre la multitud y los mil millones de chinos del planeta. 

Lo que no termino de entender es tu empeño en intentar que todo el mundo se fije en ti. Si solo le dará un sentido efímero a lo que haces, porque en el fondo, estas sola. Sin campanadas que te acompañen, como única pareja esa voz, mi voz, que escucharás antes de dormir hasta el final de tus días.

Por eso, deja de quejarte, por favor. No te pido que finjas, solo que no te importe que tengas de tu parte alguna alteridad. ¿Quieres desgarrarte por dentro? 

Desgárrate. 

Da igual. El mundo seguirá girando aunque te bajes, aunque las cosas te vayan mal. Pero escribe, aunque sea una mierda. Aunque no tenga ni sentido ni forma. Arrepiéntete de ello. ¿No cumple los estándares de calidad?

Que les jodan, jodéte tú. 

Pero jamás podrás recriminarte que no te importe. Jamás temer que puedas darte la espalda. Mírate a ti misma durante horas, desde tu pelo desmadejado a tus ojos cansados y bizqueantes, y aprende de una vez que si tu no te quieres, nadie más lo hará por ti. 

Ese día, tendrás un 10.

Well, go get your shovel

Despierta. Vamos, arriba. ¿No ves que ya no queda verano? ¿Acaso no sientes el cambio en el aire, en las hojas, en los cantautores apostados con sus maletines abiertos en las calles? Abre los ojos, ábrelos y parpadea un par de veces. 

¿No te das cuenta? Son las 12 y te toca volver a la calabaza. Te espera en un despacho oscuro como boca de lobo con las manos entrelazas bajo la barbilla y una sonrisa pegajosa en medio de la cara. Te espera entre estanterías rancias y ojos cansados. Vete quitando el zapatito de cristal porque ya no tendrás ganas de bailar. Coge el mocho y vuelve a tu sitio, piérdete de nuevo entre la gente.

Pero no te lamentes. ¿Por qué lo harías? Nada has perdido puesto que nada has tenido. Te has dejado abrazar por la ilusión demasiado tiempo y ahora tienes frío, normal, no te culpo. Bueno, no demasiado. Pobre Alicia, juegan al tiro al plato con tu pequeña burbuja de cristal una y otra vez. Tienes que dejar de parar los golpes con tu cuerpo y asumirlo de una vez y, simplemente pequeña, dejarlo ir. Balancea la mano en el aire y diles adiós con una enorme sonrisa falsa sacada de algún anuncio de dentífrico, la espalda erguida, la cabeza alta, la voz firme. Solo te permitiré temblar por dentro, conteniendo la convulsión entre las paredes de tu vientre, los latidos de tu desbocado corazón fuertemente sujetos en tu caja torácica. Desciende a los infiernos con la resignación de quien solo tenía un tour de unas horas en el cielo y llévate un par de fotos. 

La de las primeras cañas, por ejemplo, o la del día en que hablaste de festivales culturales ganándote un apodo cariñoso. La de la palabrota, la del ataque de risa a tu sistema nervioso. No olvides la de los guiños, las miradas sostenidas sobre la mesa, los qué tales, los hasta pronto, los comentarios sobre cierto reality show y la de los pedacitos de tu locura que empezaron a vislumbrar.

Y luego, sin demorarte demasiado, acaricia con tu mano callosa la rugosidad de la madera y cava profundo para enterrarlo todo y poder seguir viviendo entre grises. Tira el vestido, la corona y el perfume al agujero a tus pies. Da media vuelta y sin mirar mucho más atrás retrocede hasta el punto de partida. Muy buenas noches, princesa.

Five seconds of summer

Un salami, una flor amarilla y una nota. Perderse la fiesta. Esconder las lágrimas en la almohada. Gritar la verdad y recibir malas caras. Perderse. No encontrarse jamás. Ahogarse en la corriente. ¿Quién eres? ¿qué haces? pero, ¿a qué jodida altura cae? No pasa nada. Sí que pasa. Comisiones de presupuestos de validación de competencias de unicornios verdes voladores. Lo entenderás. No lo entenderás. Te harás fuerte. Desistirás. Cocinarás mariposas. Volverás al edredón. Abre la boca. Abre los ojos. Escucha. Piensa. Duerme. Vive. Muere.

Cuentos de la lechera

Tras la puerta todo está oscuro y tu voz resuena entre las paredes haciendo que el pasillo adquiera nuevos grados de profundidad. De hecho, todo parece adquirir dimensiones monstruosas mientras arrastras los pies por el suelo, lastrada por el cansancio y el.. ¿qué? ¿desencanto quizás? Se ha acabado. Deberías estar contenta. Deberías estar sonriendo de oreja a oreja y deseando menearte cerca de la barra de un bar. Pero eres jodidamente rara. Tus emociones siempre son de parque de atracciones. Moviéndose a máxima velocidad, subiendo y cayendo como vagones de una montaña rusa. 

Llevas como diez minutos en tierra y ya empiezas a aburrirte. Buscas a tu alrededor algo a lo que subirte. Algo tranquilito. Quizá una barca de las que dan vueltas por un bosque artificial. Te tumbas y cierras los ojos. Negándote a dejarte arrastrar por esa vieja sensación que ya conoces. Suspiras. Te está empezando a ganar la batalla y lo empiezas a sentir. Flaqueas. 

Y luego, descuelgas el teléfono y una de tus voces favoritas entona una cancioncilla sobre una libertad que no has estado saboreando. Sonríes triste, al fin y a cabo casi habías perdido la partida, pero decides agarrarte a ella como a un flotador. Es como un polígrafo, se sabe todas tus expresiones así que no oses mentirle. Descubres que todo este tiempo te ha estado sosteniendo cuando ella no estaba bien. Es entonces cuando perdonas al Universo muchas de vuestras viejas rencillas por permitirte conocerla. 

Llevabas meses sin pensar en el futuro pero ahora hacéis planes, simples, sencillos. ¿Una peli? ¿Ver el partido? ¿Dormir la siesta? En otros os dejáis llevar por la imaginación. Soñáis despiertas, seguramente no hagáis ni la mitad.

Pero, ¿sabes qué? Los mejores cuentos, los de la lechera.

"¿Dónde está mi angelote volador?"

Caricias que te hacen perder el hilo de la conversación. Abrazos desesperados en busca de apoyo antes de un momento importante. Enterrar la cara en otros hombros. El leve roce de una mano pequeñita en tu cara sacándote de la ensoñación de turno. Una mano que abarca todo tu cuello y se demora más tiempo del necesario...

Y a ti... a ti maldita solo te sale dejarte querer.

Cucharillas de té

-Me he vuelto a enamorar.

-De nuevo de alguien que no existe ¿verdad?

-Claro. Sabes que, de existir, sería incapaz de quererlo.

Para Guille

Fría. Como un témpano de hielo. Pero contigo me fundo como el caramelo. Te veo sentado tranquilamente en el borde de la cama y no puedo evitar saltarte encima y darte un abrazo. Aplastarte, más bien, con mucho cariño.

Nunca me apartas. Es más, sonríes y me lo devuelves. Siempre a lo bestia, como Guille a Mafalda, pero es que nos gusta más así,  "bruticos" hasta la médula. 

Las noches son mi momento favorito. Cansados, ambos bajamos las barreras a la vez y nos deshacemos en mimos más o menos estúpidos. A veces me olvido de lo mucho que ha pasado el tiempo y aún hago amago de leerte cuentos o me sorprendo cuando me ganas las peleas. Otras, como hoy, nos haces niños a los dos por un momento.

Tienes miedo, conozco esa sensación. Te sientes solo, no entiendes lo que te hace diferente y te pierdes en el temor de que los demás no te acepten. Basta mirarte a esos ojos grises, que descansan sobre la almohada cerca de los míos, para detectar todo eso y un brillo acuoso cerca de las pestañas que no debería estar ahí. Mi cuerpo sigue relajado pero mi cerebro hierve, encendido por la rabia y un deseo de protegerte de ese mundo que trata de quitarte la dulzura y hacerte menos inocente. Que te hará forjarte una coraza que muy pocos podrán traspasar para superar el día a día.

Siento alivio cuando consigo arrancarte unas carcajadas y tus ojos se secan, y aunque ahora brillan, lo hacen de otra forma. Hablamos, pero es una conversación diferente a las anteriores. Ambos tenemos doce, ambos tenemos veintiuno a la vez. Es un instante tan nuestro que los demás solo pueden asomarse a mirar.Tan pronto como se apagan nuestras voces el momento termina.

Duermes. 

Buenas noches tato, yo también a ti.