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instaladoenungerundio

Diario de bitácora

Lo confieso. Me gusta leer tu diario.

Disfruto pasando las páginas y contando el número de veces que aparece mi nombre en él. Repaso con los ojos una y otra vez el contorno de las letras que lo forman, como si cada lectura fuera un te quiero que resuena en la cabeza. 

Salgo del bucle y me detengo en ese viaje a Irlanda que nos hizo surcar juntos los aires. Primera y última vez. Yo también recuerdo la valla, la casa junto al lago, el columpio donde me sentaba a leer. Me recuerdo a mí, a ti, a nosotros y, sobre todo, a ella. Últimamente todo parece orbitar a su alrededor. 

Creo que es la sensación de finalidad. Cada día es un adiós diferente que ni siquiera sabemos que decimos. Y ese fue el primero.

Quizá si ese viaje no destilara tanta esperanza la punzada sería menor. Quizá si el futuro no se dibujara tan negro pensaríamos en nuevos viajes. 

Me gustaría que en el diario escribieras sobre aquella vez que fuimos a París. De las vistas desde lo alto de la torre Eiffel, de los cafés cucos y caros, de lo absurdo de los franceses y del piso con encanto donde nos alojábamos. De cuando nos perdimos en el metro y salímos en una plaza que todavía nos gustó más que el plan original. De la foto de los cuatro que todavía cuelga en el salón. 

Ojalá hubiera ficción en ese cuaderno. 

Ojalá ella hubiera tenido uno.

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